viernes, 3 de abril de 2009

Rodillo ventral

En los ruedos literarios nadie dice (mirando hacia afuera, claro) que ese volumen tan vendido, con su hercúlea tapa y su faldón con cifras, no es sino un rapsódico, al tiempo que pueril, descalabro siquiera apto para bulbos febles y conciencias en grado elemental de desarrollo. Por supuesto, eso significaría ofender a tanto parroquiano que atesora y goza con semejante tipo de obras, ese mismo (generalmente misma, consta por ahí) con el que, al cabo, ningún autor de prosa mínimamente solícita osa enemistarse. Y es que, por muy estupendos que se pongan los plumíferos de pretendido alto vuelo, al final es raro que no acaben limosneando, como todos, los favores de esa turbamulta negada para distinguir entre la mansedumbre de un párrafo gangoso y una trufa literaria camuflada tras la resaca de un rodillazo en el píloro. Por supuesto que disfrutaría como un marrano leyendo a un Saramago vilipendiar los tochos de Zafón, pero nunca ocurrirá, ya que, aparte de fanegas y fanegas de gandules sin curiosidad ni mierda en las tripas, ambos comparten demasiado, pese a que uno se beneficie más. Pero como rascando ahí terminaría en el mercachifleo de la página, pues mejor ni entrar; que al final importa lo mismo un Planeta que un Nobel, un Nadal que un Wimbledon. Y hablo yo, cuidadín, desde esta calamidad de verbo que, supongo, en algún momento les animará a esfumarse de aquí por los restos. Y muy bien que harán.

Por cierto, lectores de Zafón, editores de Saramago: me caéis de la hostia.

1 comentario:

El Miope Muñoz dijo...

Se parecen en que los dos son pesaos. Poca cosa más.