jueves, 19 de febrero de 2009

El costillar de la razón

Dicho con todas las vocales: lo lánguido me engorila. Mecha y bilis de carnaval (a lo mejor no me explico). Será la edad, pero uno se nota ya demasiado arrítmico, venenoso y pocho para melancolías. Superada la posecita con vaho en el cristal llovido, hoy es ver, digamos, La novia cadáver, y entrarme unas señoras ganas de invadir lo que sería el recto de Tim Burton con el más puntiagudo de sus muñequitos flojigóticos. No sé en qué momento entre la neurosis genuinamente artística de Pee-Wee Herman y la feblez emo con que hoy arrasa en la guardería de MySpace, a este hombre le hubiera venido mejor una hostia en el cogote que abortase tanto agilipollamiento lunero, tanto ágrafo lamerse el nardo a lo perraco autosatisfecho.

Y hablando de nardos... volví a engullir Marquis, peli de seudo-marionetas cero amariconadas dirigida por el belga Henri Xhonneux y escrita por (genuflexión) Roland Topor. La cosa, parida en 1989, va de las imaginarias peripecias, entre lúbricas, chirigotescas y alucinadas, de un sosias del Marqués de Sade durante su confinamiento en la Bastilla. De gran enjundia satírica, pese a su más bien rasante vuelo cinematográfico, vista hoy, con su libertinaje y sus chanzas puercas, Marquis oxigena el cortex e invade el pecho mucho más que en los entonces de su alumbramiento, días aquellos no tan necesitados como los actuales de cualquier reacción, porque sí, contra la culturilla semoviente que ya casi nos comió el futuro y embalsamó los genitales. Hablo de una peli plagada de máscaras de animalitos, en la que se hace burla y, al tiempo, apología del exceso, y dónde, en último término, un tío conversa con su polla... ¡y ésta no dice ninguna tontería! Llevaba yo eso entre ceja y ceja cuando me topé con una hilera de gafas esperando a que les echaran Slumdog Millionaire y no pude evitar fantasear con la bóveda del cine desplomándose, y creando una hongo atómico a lo Miike cuya onda expansiva acabase borrando del mapa a Danny Boyle, Tim Burton, León de Aranoa y similares, congéneres todos del celuloide hecho para imantar el cariño; estandartes del pragmatismo lánguido y la empatía segmentada que, día a día, me liban el combustible; gente que, en serio, no me cae mal, pero, a la vez, odio con toda mi alma.

Un último apunte: Topor está vivo, y todos nosotros muertos.

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