Envidia de placenta
La párvula somnolienta clavadita a Ellen Page seguro que, antes de salir, encaró el espejo y, razonablemente satisfecha, tal vez incluso anticipó esos tifones que, a lo largo de la jornada, su visión originaría en todo varón con quien se fuera cruzando. ¿Y qué más da? Es imposible que, desde tal edad, descifre ni remotamente lo que, durante todo hoy, sus mejillas significarán para el observador hastiado de mañanas y secuelas de molde y sentido único. Porque ella, la del gorrito, ni puede leerse las pecas, ni se sabe lumbre diminuta. Pero no pasa nada, porque aun no sabiéndose, serlo, lo es.
4 comentarios:
Guardelo.
¿El qué?
Ehm, uhm,... ese conocimiento, ese momento.
Publicar un comentario