Dar la vuelta al marcador

Hace un rato encadenaba vaguedades sobre eso de las redes sociales en la Internet. Según me escuchaba, suelto en el esdrujuleo y enfático en las conveniencias, ni yo mismo me entendía. Quedó de miedo, vamos. Ni por un instante barajé la posibilidad de ventosear lo que en realidad pienso: que el Facebook poco más recorrido alberga que el de otear fotos de alguna que otra relativa en la playa, ésas que jamás tendrías redaños de solicitar en persona. Y conste que dudo si tragarme lo de la popa de Demi Moore, no tanto por el encuadre o sus geometrías dorsales como por lo raruno del fabulado cosido a propósito de. Me refiero a la premisa del planchar, que suena un poco a llamarnos lelos, lo cual somos, en el fondo, por mirar y leer allí donde nos emplacen cualesquiera bulla. A todo eso, mira tú que afluencias, aún me zumbaba en los tímpanos el eco de cuatro óbitos, cuatro: Pepe González, Ángel Puigmiquel, Salvador Ruiz de Parga y Millard Kauffman; nombres y apellidos que (farfullo con ánimo encogido) apenas nos incumben a otros cuatro, y con los que poca red social tejeríamos fuera de la Contratierra.
Emplatando: que sí, muchos lobos, pero resulto ser otro de los que habla en la tele, habla en las ondas, habla y habla; un impreciso más, cualquier firmante de legajos hueros, de esos que perpetúan la pantomima de alacranes que sostiene tu ADSL. Que glosa lo que ellos quieren y silencia lo que no debería. En perspectiva quisiera creer que todo se limita a un vivero de cadaunismos, algo tan ciertamente inofensivo, aunque espeso, como la reseña del epifenómeno que acude a la voz de Oprah Winfrey ensalzando a un tal Roberto Bolaño. Heterodoxia despeñadero contra alpiste informativo: uno se habitúa a excretar en silencio y cierto día ya ni se molesta en ocultar los votos que ha ido comprando. Y las indulgencias tampoco. Ahora le dedicaré unos minutos a Mr. Magoo; como gesto. Y hasta ahí llego, de momento.
1 comentario:
Es que usted es un experto, claro. Y lo de la Uni: qué certera. Ah, la Winfrey y el Bolaño, qué risa. Mejor hacerse el Cormac McCarthy e ir, porque ya ven la que la lió al pobre Jonathan Franzen.
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